Hoy toca hablar del papel de los abogados como productores del supuesto jurídico. Me explico: la realidad discurre con arreglo a sus propias leyes, que no son jurídicas. Las personas nos movemos en nuestras relaciones sociales a veces de forma razonable y a veces de forma pasional. En ocasiones con criterio y en otras de forma disparatada. Muchas acciones humanas distan de ser excelentes y por ese motivo tales acciones desembocan en conflictos.
El segundo dato a contemplar es que el desenlace del conflicto admite múltiples variedades que yo clasificaría en dos grandes grupos: variedades violentas o pacíficas. Las primeras no solo incluyen el uso de la vis física, sino también cualquier forma de compulsión moral que busca someter la voluntad ajena a nuestros intereses. Estas últimas formas de “composición” no están en la esfera del derecho y, por lo tanto, el abogado nada tiene qué ver con ellas.
Sin embargo, en las formas pacíficas de solución el abogado tiene un papel primerísimo y fundamental: es el productor del hecho jurídico; y no decimos productor en el sentido de ocasionar el hecho, sino en el más técnico de ser el que recoge el hecho conflictivo de la sociedad y lo transforma en realidad jurídica. Cuando una persona acude al despacho de un letrado lo hace trayendo en sus manos la “patata caliente” que quema en sus manos, a veces desde hace años y con frecuencia de forma dolorosa (piénsese en asuntos de familia, por ejemplo). Esta persona conoce muy bien lo que sufre, pero no acierta a conocer qué caminos le pueden llevar a pacificar su vida.
Un buen profesional debe traducir al lenguaje jurídico (y por lo tanto pacífico) una realidad personal, familiar o social en forma de conflicto. Este papel de primer tamizador del derecho es, sin duda y más allá de su labor ulterior, donde el abogado ha de extremar el mayor cuidado y delicadeza, pues de ello dependerá el éxito de su pretensión y su buena relación con el cliente.